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“En febrero cumpliré 90 años. Nadie lo cree. Será por genes… o porque nunca he tenido adicciones. Además soy muy responsable y disciplinado”, dice Tulio Óscar Loza Bonifaz (Abancay, 1936) con una sonrisa pícara mientras nos recibe en su departamento de Lince. En sus manos sostiene un trofeo de jade verde que exhibe con orgullo. “Recibí este premio en el Festival Internacional de Cine de Moscú en 1975 por mi película Allpa Kallpa. Es uno de los reconocimientos más valiosos de mi carrera, tanto por su significado sentimental como por su valor económico”, comenta emocionado.
Un elemento que sin duda destaca en la carrera actoral y cómica de Tulio Loza fue su gran identificación con el cholo y humilde poblador de las provincias altoandinas del Perú, a quien buscó revalorizar. (Foto: Hugo Pérez)
/ HUGO PÉREZ
Su historia artística, sin embargo, comenzó mucho antes, impulsada por un gesto de amistad. Era casi inevitable que Loza terminara dedicándose al arte, pero sus compañeros de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Alfredo Bryce Echenique y Santos Quiquisola, fueron los encargados de acelerar su camino. “Me llevaron a Radio Central para hacerme una prueba. Dijeron que íbamos a tomar un café. Eran delincuentes”.
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Túlio pasó la prueba. Ingresó al programa radial “Loquibambia” y creó allí un personaje inédito: un provinciano con rasgos indígenas, pero con una actitud que desafiaba los estereotipos de la época. No era el campesino sumiso o ingenuo que solían retratar en aquella época, sino más bien un hombre astuto, citadino y orgulloso de sus orígenes.
“El programa salía una vez por semana. Los guiones nacieron de conversaciones que tuve con mis amigos provincianos, a las que les sumé humor. Así nació Nemesio Chupaca Porongo, mi primer personaje. Con él cambié la imagen del cholo: les subimos el ego, les enseñamos a no amedrentarse, a defenderse”, recuerda.
Este deseo de interpretar a un cholo que no se dejaba humillar nació en su infancia, cuando fue testigo de las atrocidades que cometían algunos terratenientes en su tierra natal, Abancay. “Vi con mis propios ojos el escandaloso ‘tiroteo indio’ que disfrutaron descaradamente algunos campesinos. Pero esa vez fue diferente: entre disparos de perdigones, una bala se coló y atravesó la espalda de un indígena.
Hijo de un empleado del Banco de la Nación y de una costurera, Tulio creció en una familia numerosa con trece hermanos. “Mi madre decía que tener hijos era una distracción para los pobres”, bromea.
Debut televisivo
Después de trabajar en la radio, Túlio dio el salto a la televisión. Su primera aparición fue en el programa “Bata pone el mundo a sus pies”, presentado por Kiko Ledgard. “Necesitaban urgentemente un cholito”, dice. “Ya sabían de mí por ‘Loquibambia’ y me localizaron. Pero cuando leí el guión delante de Pedrín ‘Chispa’, vi que estaban maltratando al cholo.
Una semana después lo llamaron nuevamente y volvió a rechazar la propuesta. “La tercera vez me dijeron: ‘Haz lo que quieras. Este es el guión, hazlo a tu manera y al diablo’. Luego hice un sketch de un mayordomo gordito que se enamoró de la empleada y de la hija de la casera. Tuvo tanto éxito que el propio Pedrín me llamó para felicitarme”, cuenta.
Siete meses después, Túlio recibió una nueva propuesta: su propio programa, “Telecholo”. “Me llamaron del Departamento de Recursos Humanos para ofrecerme un lugar semanal. Me pagaron cinco mil dólares y me dieron la libertad de invitar a otros talentos. Llamé a Carlos Álvarez, a quien había visto en ‘Trampolín a la fama’. Le propuse que se uniera al programa. Es mi criatura”, coincide.
La magnitud del proyecto requirió una creatividad constante. “Fue un desafío sostener un programa como este por los guiones”, admite. Por eso recurrió primero a Sófocleto, a quien le pidió ayuda para crear un personaje político que satirizara la corrupción. “Nadie se atrevió. Me hizo uno, pero era demasiado culto”.
Aún insatisfecho, buscó a Augusto Polo Campos, entonces jefe de Relaciones Públicas de TV Panamericana y hombre de confianza de Genaro Delgado Parker. “Le pedí que me ayudara y me sorprendió. No sabía que escribía tan bien. Me escribió el guión y le puso al personaje ‘Camotillo el Tinterillo’: Camotillo porque Augusto tenía el pelo de boniato, y Tinterillo porque yo era abogado y aún no había terminado la carrera”.
Desde entonces, Tulio Loza lleva más de 60 años dando vida a su creación más emblemática. Hoy, el cautivador “Camotillo el Tinterillo” sigue vigente y podrá verse de lunes a viernes, a las 23:55 horas, por la señal de Willax Televisión.
Exilio y renacimiento
A principios de los años setenta, el humor político se convirtió en un riesgo para el comediante. Con la llegada del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, el personaje “Camotillo” fue prohibido en la televisión y su creador terminó expulsado del país.
“Me pidieron que bajara el tono de las imitaciones, pero me negué. Cuando me enteré que me iban a exiliar, le hice una broma al ‘Chino’ Velasco. En el programa le dije: ‘Hay voces que quieren cortar este espacio, hay botas que no son cómodas. Chino, te lo digo, sé en qué pie cojeas’. Y claro, le amputaron una pierna. Qué bruto fui”, recuerda. entre risas.
Las consecuencias no se hicieron esperar. “A la mañana siguiente, a mí y a otras nueve personas nos sacaron de nuestras casas a las tres de la madrugada, sin sol, sin cepillos de dientes, sólo con la ropa que llevábamos. Afortunadamente, quienes me arrestaron eran mis admiradores y me trataron bien”, cuenta.
Junto a los demás exiliados, Túlio fue enviado a Argentina, lo instalaron en una cómoda residencia y le dieron un trabajo como actor: un papel para la “Clínica da Música”, en la que participaban Gordo Porcel y Moria Casán.
Durante sus tres años de exilio, Túlio participó en cinco películas, compartiendo escenario con grandes figuras del humor argentino.
Sin embargo, cuando regresó al Perú lo esperaba la incertidumbre. “No había trabajo. Estuve seis meses sin trabajo”, recuerda. Pero la adversidad, como siempre, se convirtió en un impulso creativo. “Con el dinero que traje de Argentina monté ‘Cholibiris’, un café-concierto donde volví a hacer reír al público. Fue mi forma de empezar de nuevo”.
Crítico, no candidato
A lo largo de su vida, las invitaciones a entrar en política fueron constantes. “Toda mi vida”, dice, “en mi país quisieron hacerme presidente de la República.
“Le advertí que en política le quitarían suciedad, que le registrarían hasta la ropa interior. Le pedí que no se involucrara, pero no sé qué hará. Lo quiero mucho, es mi amigo”, dice.
A pesar de los vaivenes que vivió en distintos momentos de su carrera, Tulio Loza logró lo que pocos artistas logran: vivir en paz gracias a sus ahorros y una vida sin excesos. “Siempre fui organizado con mi dinero. Ganaba bien en la televisión y sabía ahorrar”, comenta con tranquilidad.
Entre bromas y recuerdos, cuenta que incluso decidió adelantar parte de su herencia. “Le di cien mil dólares a mi hijo Tulito para que no se lo frotara”, dice entre risas. Fue una especie de herencia temprana, porque siempre teníamos nuestras reuniones; Tenía los pies en la tierra, era muy estúpido. Hoy vive en Estados Unidos con su pareja.”
Su hija Anita Loza es quien está más cerca de él. “Yo también la ayudo. Ella se dedica a la cultura, trabaja en el Ministerio de Cultura y gana el salario mínimo, pero es trome. Ella cuida a su mamá y también a mí. Siempre me llama, viene a verme. Será mi heredera universal cuando yo muera, porque ella me cuida”, confiesa.
Túlio también recuerda con una sonrisa una historia sentimental que pocos conocen. “Sí, estuve enamorada de Madeleine Hartog Bell, la primera peruana coronada Miss Mundo, en 1967. Ella tenía un poco de cosa, creo que era de Lambayeque, pero le gustaba mi sentido del humor. “Fue una muy buena relación. Le encantaba el humor”.
La vida entre aplausos
Con casi noventa años, Tulio Loza no imagina la vida alejado del público. “Si eso sucede, moriré”, dice. “Siempre dije que subiría al escenario. Todavía me quedan cuatro o cinco años más”. Habla con serenidad y humor sobre el tiempo y la enfermedad. “Tengo un poco de diabetes, un poco de próstata, pero todo está bajo control. Soy disciplinado, tomo mis medicamentos en el momento adecuado. No me pasa nada porque soy obediente”, dice riendo. Luego, guarda silencio por un momento y agrega: “La muerte no me da miedo, es parte de la vida”.
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