La obra de Luis Miguel encanta el Bernabéu | Cultura

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Este sábado convergían en la columna vertebral de Madrid dos ciudades muy diferentes, el petardo colorido, protestante, ruidoso y orgulloso que agitaba abanicos arcoíris y, apenas unos kilómetros más al norte, aquel fino y elegante, de perfume caro, fiestero y casero. de temperamento plateado que giró en el Santiago Bernabéu en torno a la figura de Luis Miguel Gallego Basteri. Un hombre de bien que no conoce crisis de autoestima y preside ambos extremos del coliseo con su logo oficial, ese gigantesco medallón en el que brillan las iniciales LM en brillantes tonos dorados, como doblones de valor inalcanzable. Que bueno es amarnos tanto.

Luis Miguel es un hombre distinguido y respetable que, a sus 54 años, aparenta tener complexión alta, dientes blancos y un hermoso cabello para sembrar envidias y suspiros entre sus vecinos, la gran mayoría de ellos heteronormativos, extasiados y acaramelados en las gradas y las sedes del tribunal. La artista mexicana suele enamorar y pasa todo el show con una dulce media sonrisa y un ligero balanceo de cintura tanto en canciones rápidas como lentas, que en realidad no difieren mucho entre sí. Porque el ídolo actúa como personificación de una vida feliz y sin estridencias, como ejemplo de caballero que viste con esmero, cree plenamente en el amor y se vuelve tan irreprochable como ese traje negro ceñido, con corbata a juego, que parece inmune a las arrugas.

Otra cosa es que impecable es sinónimo de diversión, porque durante una hora y tres cuartos no sucede en el estadio nada fuera de lugar, impredecible, atrevido, travieso o atípico que sirva para convencernos de que este concierto en Madrid constituye un acontecimiento singular y no la reproducción sistemática y milimétrica de cualquier otra noche en Toronto, Miami o el estadio Condomina. Y así, por ser tan alérgico al shock, un concierto de Luís Miguel acaba mostrando propiedades sospechosamente similares a las de la melatonina o la pasiflora.

El romántico fiestero concedió 25 minutos de cortesía para que la parroquia se acomodara en sus asientos, porque no es tan fácil acomodar a 45 mil almas. Y abrió la noche con Será que no me quieras, su homenaje en español a los Jackson, haciendo parpadear con luces sincronizadas las 45.000 pulseras que nos entregaron en la entrada. Es un recurso que hasta hace poco todavía parecía colorido y sorprendente, pero que ahora, por ser tan repetido, nos hace pensar en los acontecimientos masivos que se le escapan como verdaderos absurdos. Hubiera sido mejor dedicar mayores esfuerzos a la producción sonora de un espectáculo en el que la voz fuerte del protagonista sonaba hueca y resonante, a menudo ininteligible. Y arropado por una partitura de músicos ciertamente efectiva, pero indescifrable más allá de esos pads de teclado que, lejos de ser redondeados o apoyados, producen un deseo incontrolable de poner en práctica aquel verso de José Alfredo Jiménez: “Te vas porque quiero”. tu vas.”

Pero no, a nadie le importa Luís Miguel, porque el nivel de apego a este artista incansable desde sus años de prodigio parece inquebrantable. Si las informaciones son ciertas, primera visita a Madrid del intérprete de Ahora puedes irte o no puedes dejarme así (hoy repite guión, y nunca lo dijo mejor, delante de otros cuarenta mil fieles) Marca el número 134 de una gira mundial que alcanzará la asombrosa cifra de 180 fechas. Y vistos los resultados, voluntad de introducir elementos revolucionarios o disruptivos. La fórmula de Coca-Cola funciona y la fórmula del popurrí constante también, aunque la primera hincha la barriga y la segunda hincha un poco la nariz. Incluso la lluvia de confeti y globos negros gigantes que salpica la última oleada de hits enlazados es mucho más inocua que la mezcla de Now you can left (curiosa traducción de Sólo quiero estar contigo, de Dusty Springfield) con When the The El sol calienta (aquí en la playa).

Sin dar un mínimo saludo al público de la ciudad ni conceder un bis triste (a pesar de varios minutos de suspense, lo que es peor), Luis Miguel es capaz de cantar como un crooner americano, un baladista melódico (culpable o no fue el primero de una larguísima lista de tonterías amorosas) o promotora de un funk ligero e inocuo, el de Suave, te necesito señora o te propongo esta noche, ésta con un mínimo ejercicio de claqué, ese bajo eléctrico percutido en lugar de pulsado. Pero las grandes ventajas siguen siendo la aparición de los mariachis al final de la noche, con otro –por supuesto– popurrí arquetípico, y los duetos virtuales con Michael Jackson y Frank Sinatra, Dios sabe lo que pensarían.

Salvo en Only Once, donde LM llegó incluso a introducir algún retraso, amenazando con no respetar escrupulosamente la medida, es muy probable que lo aquí mencionado, para bien o para mal, sirva sin variaciones para los 46 conciertos restantes. Por eso, esta noche el señor Gallego Basteri apelará a un axioma clásico, el de “Si hoy es domingo, esto es Madrid”, antes de prepararse para actuar. De nuevo.

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